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martes, 13 de noviembre de 2007

Descalzarme para entrar en el otro


…Meditando un anuncio me encontré con una expresión que resonó de una manera muy especial en mi corazón: “Descalzarme para entrar en el otro”. Se me ocurrían palabras como respeto, delicadeza, cuidado, presencia…
Recordé las palabras del Éxodo 3,5 : “No te acerques más, sácate tus sandalias porque lo que pisas es lugar sagrado”
Me puse en oración. Jesús me presentaba uno a uno a mis hermanos de comunidad y luego a otros, y descubrí cómo habitualmente entro en el interior de cada uno sin descalzarme, y simplemente: entro; sin fijarme en el modo: entro.
Experimenté una fuerte necesidad de pedir perdón al Señor y a mis hermanos.
Sentí que el Señor me invitaba a descalzarme y luego a caminar. Inmediatamente experimenté una resistencia: “no quería ensuciarme”. Me resultaba más seguro andar calzado. Vi entonces dos cosas básicas que me impiden entrar descalzo en los otros: la comodidad y el temor.
Comencé a caminar y el Señor a cada paso, iba mostrándome algo nuevo. Advertí cómo descalzo, podía descubrir las alternativas del terreno que pisaba, distinguir lo húmedo de lo seco, el pasto de la tierra, necesitaba mirar a cada paso lo que pisaba, estar atento al lugar donde iba a poner mi pie.
Me di cuenta de cuántas cosas del interior de mis hermanos se me pasan por alto, las desconozco, no las tengo en cuenta por entrar calzado, con la mirada puesta en mí y no en aquello que estaba pisando.
Descalzo caminaba más lentamente; no usaba mi ritmo habitual, sino tratando de pisar suavemente.
Donde mis zapatillas habían dejado marcas, mi pie no las dejaba. Pensé, cuántas marcas había dejado en el corazón de mis hermanos a lo largo del camino, y experimenté un gran deseo de entrar en los otros sin dejar un cartel que diga:
“ Aquí estuve yo”.
Fui atravesando distintos terrenos, primero el pasto, luego un camino de tierra hasta llegar a una subida y con piedras…
Sentí deseos ya de detenerme y volver a calzarme… pero el Señor me invitó a caminar descalzo un poco más… y advertí que no todos los terrenos son iguales. No podía entrar en todos de la misma manera.
Esta subida me exigía caminar aún más lentamente y cuanto más suavemente pisaba el dolor de mis pies era menor. Eso me decía: cuanto más difícil sea el terreno del interior de mi hermano, más suavidad y más cuidado debo tener para entrar.
Después de este recorrido con el Señor, pude ver, claramente que descalzarme es entrar sin prejuicios, atento a la necesidad de mi hermano, sin esperar una respuesta determinada. Es entrar sin interés, despojado de uno mismo: Porque creo, Señor, que estás vivo y presente en el corazón de mis hermanos, ayúdame a detenerme, descalzarme y entrar en cada uno como en un lugar sagrado.

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